Una nueva generación está redefiniendo el movimiento sonidero y el alcance global de la cumbia. Después de una sequía en el movimiento, exacerbada por políticas migratorias y la pandemia, personajes como Hellotones, Sonido Fantasma U.S.A., y Loren Cielito, “La Tipsy,” les están regresando la fiesta a los barrios de Nueva York.
Tony recuerda las innumerables fiestas – bautizos, quinceaños, bodas y primeras comuniones – a las que asistió como niño en el sur del Bronx. Entre adultos, muchos de ellos poblanos que bailaban y bebían, el pequeño Tony, cansado de dar vueltas por los salones de banquetes, se rendía al sueño. Construía una pequeña cama juntando dos a tres sillas. Acurrucándose en las partes cóncavas de los asientos, se dejaba arrullar con cumbias colombianas y los bajos crujientes que atravesaban las bocinas reventadas.
Más de dos décadas después, Tony se presenta como Hellotones – un DJ cuyas mezclas de cumbias de antaño, algunas rebajadas, sobrepuestas con una voz artificial que lo introduce como “el hijo de Pueblayork” las puede encontrar si rebusca uno por la plataforma de música, Soundcloud. En frente a una audiencia de mexicanos y latinos en Sunset Park, un barrio localizado al sur de Brooklyn, Tony venía equipado con una banda sonora contenida en las huellas de sus dedos.
Al costado de una pista de baile, demarcada clandestinamente por los individuos parados en su perímetro, la gente se preparaba para bailar, para ver a otros bailar, o filmar a aquellos bailando. Sin mucha anticipación, y con tan solo un manojo de personas a su alrededor, Tony dejó explotar un bajo estridente. A diferencia de su infancia y enmarcado entre dos bocinas que se encontraban en perfecto estado, Tony estaba despierto y atento.
“Cuuuuuuumbia,” declaró una voz omnisciente, reventando de dos bocinas por encima del monte en un pequeño parque.
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Un domingo de Halloween, 30 de octubre, la fiesta en honor al día de los muertos, organizada por el grupo comunitario Mexicanos Unidos, había comenzado a las once de la mañana y apenas iba a despegar por ahí de las siete de la noche.
Suspendida en la cúspide del parque, la kermés mexicana estaba decorada con un sinfín de estaciones: había puestos de tacos, dorados y quesadillas, puestos de aguas frescas – jamaica o tamarindo o alguna agua loca que llevara un piquete de tequila; y una pista de baile rodeada de bocinas mirando hacia la isla de Manhattan, cobijados por una enorme bandera impresa con el rostro del Che Guevara y otra con la Virgen de Guadalupe.
Esa noche, la Plaza Tonatiuh, nombrada en honor a la deidad azteca, estaba a reventar.
Sunset Park es uno de los muchos “pequeños Méxicos” de Nueva York – una serie de vecindarios mexicanos que incluyen a Jackson Heights en Queens, El Barrio, en Manhattan; y Williamsburg en Brooklyn, y Soundview en el sur del Bronx.
Tales barrios acabaron siendo apodados “PueblaYork,” por el estado mexicano de Puebla o “Manhatitlán,” por el Sufijo locativo “tlan,” que en el idioma náhuatl, designa “lo que hay alrededor.” Éstos quedaron impresos en el léxico popular como simulacros de un México imaginario, flotando entre la línea de metro que corre por la avenida de Lexington en Manhattan y el Brooklyn-Queens Expressway.
En este pequeño México, el autodenominado Hijo de PueblaYork portaba un atuendo holgado y unas pequeñas gafas, emblemáticas de un nuevo estilo hipster, mientras esperaba a que se desplazaran los adolescentes que habían tomado la pista de baile durante la presentación anterior. Ésta era una banda musical compuesta de varios jóvenes, portando cinturones piteados y gorras de los New York Yankees, que habían tocado un set regional, entre ellas gruperas, rancheras y de banda.
A sus 27 años, Tony ya ha participado en la vida nocturna de Nueva York durante casi una década, trabajando en bares y clubes de música que atraen a deejays importantes en el mundo del house y hip-hop. Con sus amigos, ha organizado una serie de boiler rooms, uno al que asistió Megan Thee Stallion, una de las raperas más importantes del momento, tan solo dos semanas antes de ser incorporada a una disquera. Pero, entre familiares, amigos, y desconocidos, Tony tenía una sola responsabilidad: hacer bailar a la gente bajo el hechizo de la cumbia.
“Saaaaaluuuuuudos desde Ecatepec,” anunció esa misma voz incorpórea y barítona. Esas voces encomendando saludos a una audiencia ausente, sobrepuestas sobre canciones a lo largo de la noche, provenían de sonideros – grandes oradores que por décadas han forjado como maestros de ceremonias de espacios públicos alrededor de todo México. A través de saludos al público y con una sensibilidad exigente para todo sonido, desde las cumbias, salsas, guarachas, tropicales, rock e incluso italodisco, el sonidero es el capitán de la fiesta del barrio.
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Los bailes sonideros y el movimiento sonidero surgieron en conjunto en el centro de México a partir de los años cincuentas. Tomando colonias populares y cerrando calles para utilizarlas como pista de baile, los sonideros se convirtieron en los deejays del barrio por excelencia, apoyándose de sistemas enormes de sonido, una disposición única para la melomanía, y una habilidad para mandar saludos colectivos o individuales a aquellos que asistan al baile. Su función social era simple – vincular la música, el baile y el saludo a través del gozo colectivo, fuera de las barreras de clase impuestas por la discoteca tradicional y el estado – ambos gobernados por sistemas casi caciquistas.
“La pregunta que muchos hacen es ¿qué diferencia hay entre el sonidero y un DJ?” me comentó Alejandro Aviles, mejor conocido como Sonido Kumbala,“Para mí se puede decir que el DJ es el que se encarga de hacer la mezcla perfecta. Por ejemplo, si hay un evento en el que van a tocar cumbias o banda o bachata, el DJ va a hacer sin que la gente sienta el cambio. Esa es la magia del DJ. El sonidero no mezcla – la magia del sonidero es la animación y la locución.”
La popularidad del sonido y su formato – cumbias manipuladas, delimitadas por un intro y un outro personalizado – comenzó a cruzar fronteras a finales del siglo XX, durante el auge de la migración mexicana a los Estados Unidos, específicamente al noreste del país. Un movimiento nuevo comenzó a surgir en Nueva York dentro de la nueva comunidad migrante, compuesta por nuevos sonidos que se nutrían de los movimientos al sur de la frontera y sus sonideros, quienes se presentaban de manera regular en bares y salones de eventos por toda la ciudad. A principios de los años 2000, el movimiento se convirtió en una industria clandestina y una red de comunidad, interconectada por la difusión de la música a través de discos y casettes, comunidades de baile, sonidos y sus seguidores en el internet.
Pero a mediados de la década el movimiento comenzó a fragmentarse en ambos países. Nuevas y más estrictas políticas migratorias impidieron el flujo de sonidos de un lado de la frontera al otro y la falta de entusiasmo por el sonido entre audiencias jóvenes afectaron el desarrollo del movimiento. La pandemia dejó a los movimientos, que parecían convertirse en artefactos culturales, en una rotunda pausa. Ahora, una nueva ola de sonideros y deejays – mamados por el baile, la cumbia, y los sonidos de la ciudad de Nueva York – continúan expandiendo los límites del movimiento e inyectándolo con nueva vida.
El hijo de PueblaYork, Tony, no es un sonidero de per sé, pero en esta noche de muertos y rituales, su presentación era un altar a todos esos sonidos de antaño, al igual que un presagio para el movimiento del futuro.
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Veinte años atrás, las crónicas de sonideros en Nueva York y la zona triestatal eran novedades tanto en el mundo académico como en el periodístico. En un artículo académico publicado en el 2003, la etnomusicóloga Cathy Ragland describe el baile sonidero en Nueva York como un “espacio nuevo dentro de la patria migratoria,” – un microcosmos de México dentro de barrios en Queens y Nueva Jersey.
En 1990 había alrededor de 56 mil mexicanos viviendo en Nueva York. A partir del año 2000, la cantidad de migrantes mexicanos se triplicó a 187 mil. La población mexicana había crecido por encima de cualquier otro grupo étnico en la ciudad y su presencia comenzó a reverberar en todos los sectores de la ciudad – desde los más públicos hasta los más underground.
La mayoría de estos migrantes llegaron a Nueva York a principios de los años noventa, alrededor de un periodo llamado la “década perdida'', marcado por un estancamiento económico en México.
La pérdida de la fe en la economía de México coincidió con el Immigration Reform and Control Act de 1986, que facilitó la migración de miles de adultos y adolescentes mexicanos a Estados Unidos, quienes buscaban oportunidades económicas. Después de años de no poder emigrar legalmente a los Estados Unidos, los migrantes podrían regresar a casa a voluntad y comenzar trámites solicitando residencia permanente para ellos y sus familias.
Tanto para los sonideros como para las personas que asistían a estos eventos en diferentes barrios de Nueva York, el baile sonidero se convirtió en un intercambio transfronterizo entre los mexicanos viviendo en México y los mexicanos viviendo en Estados Unidos. A través del baile y los saludos, “los asistentes a los bailes sonideros [podían] imaginar la presencia de los que están físicamente ausentes,” de acuerdo a Ragland, tanto en el centro de México como en Nueva York.
Un día en 1994, el íconico Sonido La Changa – conocido por sus saludos personalizados llamados “changazo” – se presentó en el Salón de Usos Múltiples en la Ciudad de México, presumiendo nuevas cumbias importadas de Estados Unidos, entre temas de disco y un breve interludio con “Losing my religion” de R.E.M., y mandando saludos a Ecatepec, Estado de México y al Bronx, Nueva York.
Vamos a bailar este tema que es un éxito en Los Angeles, California por parte de los Cuatro Fantásticos… el tema nos dice desde lejos… algo de lo nuevo para ti… Soooooniiiiidooo La Chan-chan-chan-chan-chan-chaaaaanga
Este es un tema de salsa que hemos traído de allá de de la Ciudad de Nueva York, donde estuvimos el día 20 de mayo con los Cuatro Fantásticos
Para Andrés y Alejandra y su kinder y granaderos de allá que quieren un changazo (cha-cha-cha-changa)
Los bailes sonideros se convirtieron en clubes sociales para los jóvenes mexicanos en Nueva York, como observó la periodista Tripti Lahiri en el 2003 para un artículo en el New York Times, quienes pagaban $20 o más para ingresar a clubes como el Club Karate Center en Harlem, o sitios más establecidos en Queens como el Club Melao en Astoria y el Club Casino en Woodside.
“Mientras las parejas giran alrededor de la pista de baile abrazadas, los jóvenes levantan sus notas para el sonidero o le dicen directamente lo que quieren que se diga,” escribió Lahiri, “Al día siguiente, el sonidero venderá copias del juego, con saludos grabados y todo, y esos casetes y discos compactos eventualmente llegarán a las familias en México.”
Entre los sonideros que Lahiri menciona en su artículo se encuentran Potencia Latina, Sonido Caluda, Kumbala, y El Cóndor, cuya celebridad sigue vigente hoy en día.
Kumbala es uno de esos sonideros de antaño que, el 9 de octubre, estaría celebrando su aniversario 26 en La Boom, el club latino por excelencia localizado en Woodside, Queens. Sus ayudantes, alrededor de diez a quince personas, se tardarían aproximadamente cinco horas en configurar el espectáculo, equipados con trailers llenos al tope con bocinas, luces, consolas, mercancía, máquinas de humo, micrófonos, y algún elemento audiovisual – un logo en movimiento, por ejemplo – que mime el son de la música.
Como nota Avilés, el sonidero es responsable de la animación y la locución. La animación consiste tanto de los efectos pirotécnicos, como el mismo entusiasmo del sonido que atraiga a la gente al baile. La locución es el estilo sónico y único del mismo sonidero – la manera en la que articula los saludos, la textura de su voz, lo que dice y cómo lo dice. La animación y la locución trabajan simultáneamente para crear la ilusión de un baile suspendido en el espacio y en el tiempo.
“No nomás es hablar por hablar,” dijo Kumbala, “tienes que darle vida a la canción; de sentirla acompañada; de que tú seas una parte de la canción. Entonces así la haces brillar. Pero si no te acoplas y no la haces brillar, entonces sales sobrando.”
Brindarle vida a una canción a través de los saludos no es algo fácil. Tan solo hay que escuchar a los veteranos, como César Juárez de Sonido Fantasma y su rendición de la “Cumbia de los Chillones” en 1998, quien trenza saludos con interjecciones, expresadas en registros vocales diferentes y usa su voz para mimar la misma letra de las canciones.
O el mismo Kumbala, portando un traje y unos audífonos gordos introduciéndose frente a una audiencia cautiva – y un backstage equipado con celulares filmando – lista para celebrar . “Los traviesos,” dice Kumbala, señalando a un grupo en la audiencia.
“Tra-tra-tra-tra-tra-travieeeeesooos,” continúa. Aplausos y gritos. Alguien se trata de aproximar a él desde la audiencia. Otra persona sostiene una manta en frente a él. “Todo para mis muchachos… gracias…” Decenas de manos lo señalan. “Y con esta melodía va-mos a-dar ini-cio!” El ritmo cae. Otro más. Otro más. “Vamos a bailar, vamos a gozar,” dice la cumbia. Lo que canta la audiencia, Kumbala lo dice en su propia voz. El hechizo se conjura y la fiesta comienza.
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Antes de convertirse en sonidero, Avilés tenía un sueño de regresar a México y ser deejay de música disco. Esto cambió una noche, después de largas horas de trabajo, buscando una distracción y sin novia, Avilés acabó en un baile en el norte de Manhattan. Profesión de la Fama fue el primer sonido que Avilés vió en vivo y nunca miró atrás.
En sus días libres, Avilés comenzó a adentrarse al mundo de los sonidos por completo – distribuyendo materiales promocionales, coleccionando artefactos del movimiento, de ambos lados de la frontera, y trabajando como ayudante de Fausto Salazar, mejor conocido como Potencia Latina, uno de los primeros sonidos y de los más icónicos de la zona.
Es importante mencionar que cada sonidero tiene un nombre y un lema particular que lo hace reconocible dentro del movimiento. Éstos son emblemas que quedan impresos en flyers promocionales, chamarras, tarjetas de negocio, e incluso en camionetas. Entre ellos, algunos ejemplos: “Sonido Siboney – La Voz Inalcanzable”, “Sonido Twist – El Villano del Sabor” o “Sonido Apocalipsis – El Poderoso.”
Kumbala encontró su voz a través de la misma escena que lo nutrió y su nombre a través de la canción epónima del grupo de rock alternativo mexicano llamado La Maldita Vecindad, cuyas letras que “hablan de música, hablan de ambiente, hablan de amor, hablan de todo lo que pasa en una discoteca,” resonaron con su misión como sonidero.
Una brisa, una caricia
Y en la pista una pareja
Se vuelve a enamorar
Un sabroso y buen danzón
A media luz el corazón
Y en el Kumbala todo es
Música y pasión,
Cuenta la canción.
El sentimiento que Kumbala extrae de tan solo unos versos de un son rockanrolero y sensibilidad discotequera es algo que el sonidero trata de capturar con la música que trae a su espectáculo – el elemento indudablemente más importante de cualquier presentación. Pero cabe mencionar que cuando lo entrevisté en un salón condecorado con momias y brujas en La Boom, Kumbala portaba un collar con una bola de discoteca.
El sonido depende del mismo sonidero y hoy en día el sonidero puede traer un sinfín de géneros a su presentación – desde hip-hop, reggaeton, o bachata. Pero la cumbia, particularmente la colombiana, es uno de los géneros más arraigados dentro de la tradición sonidera (por lo menos en la Ciudad de México), tanto por su carácter popular como por su maleabilidad.
“Primero que todo, la cumbia tiene un fuerte componente de clase y, dos, no viene ligada a un proyecto de nacionalismo fuerte,” me comentó el etnomusicólogo e historiador colombiano, Hector Fernandez L’Hoeste.
La cumbia es un estilo de música y baile que se originó en Colombia y se caracteriza por una mezcla de ritmos africanos e indígenas y, por lo general, presenta una combinación de batería, guitarra, instrumentos de percusión, y el acordeón, que le da a la música su sonido rápido y frenético.
De acuerdo a L’Hoeste, la cumbia “envenanda” que llega a México (con instrumentación venezolana e incluso cubana) crea “una mezcla sui generis de cumbia que surge en México, y eso comienza a regarse como pólvora.”
Tanto en México como en Estados Unidos, las grabaciones de bailes sonideros – incluyendo las mejores cumbias del momento – comenzaron a ser distribuidas por canales clandestinos de ventas de cassettes. Para los mexicanos viviendo en Nueva York, la adquisición de cassettes con grabaciones del otro lado de la frontera eran esenciales para mantenerse al tanto de tendencias musicales en casa y forjar el vínculo de ambos movimientos. Estos cassettes también contenían los saludos encomendados por el sonidero a personas que se encontraban en ambas latitudes.
“La tradición sonidera es familiar y multigeneracional,” escribe el periodista Max Pearl en su encuentro con los bailes sonideros en la Ciudad de México. “Los hijos, las hijas, las sobrinas y los sobrinos suelen incorporarse al sistema de sonido familiar antes de que tengan la edad suficiente para trabajar en Walmart.”
Richard Rojas, un hombre joven de estatura media nacido en Nueva York de padres poblanos, en algún momento fue parte de esa comunidad de juventudes sonideras. Ahora también conocido como Sonido Fantasma USA (no hay que confundirlo con el original Sonido Fantasma de Puebla – El Incalcanzable), comenzó su trayectoria en el movimiento sonidero a los 12 años vendiendo casettes en la Avenida Roosevelt en Queens, calle que atraviesa los vecindarios de Jackson Heights y Corona – ambos pequeños simulacros de pueblos mexicanos en Nueva York.
“Yo era el más chavo en ese tiempo y nacido acá,” dijo el nativo de Queens en una cafetería localizada al raz de la avenida de su infancia. “En un momento me llegaron a apodar ‘el rey del cassette.’”
El padre de Rojas era un promotor de eventos que desde el año ‘96 comenzó a traer a sonideros de México para que se presentaran en Nueva York. Esos fueron los primeros encuentros que Rojas tuvo con los sonideros mexicanos. Armado con una copiadora, un duplicador, un master y muchísimos cassettes, Rojas llevaba una mochila por la arteria principal de Queens, vendiendo sus copias a $2,50. Tanto éxito tuvo en su emprendimiento que amplió su negocio y comenzó a vender camisetas, posters, y todo tipo de mercancía.
A pesar de que su negocio de parafernalia sonidera continuó siendo exitoso, Rojas comenzó a darse cuenta de que no estaba vendiendo cassettes. La demanda por música no había cambiado, solamente cambió el formato. A partir de ese momento, Rojas se compró un sistema duplicador de CDs y cientos de CDs vacíos y continuó su emprendimiento, business as usual.
“Llegó el cambio,” recuerda Rojas, dándole vueltas a su café con una cuchara “el cambio de estilo del movimiento sonidero.”
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La tecnología es fundamental para el movimiento sonidero. No solamente en el equipo que utilizan y en los shows futurísticos que montan, si no también en su habilidad de adaptarse a nueva tecnología y crecer su alcance a través de la tecnología existente.
Mariana Delgado, fundadora del Proyecto Sonidero – una colectiva creada con el fin de reconocer el patrimonio cultural del movimiento sonidero – coincidió con la comunidad sonidera en la web. En el 2006, Delgado iba a participar en un festival de artes electrónicas en Tijuana que exploraba como las comunidades transnacionales de migrantes se estaban convirtiendo en comunidades digitales cuando descubrió la presencia del mundo sonidero.
Durante la primera ola del Web 2.0, caracterizada por la emergencia de blogs, aplicaciones y redes sociales, Delgado encontró que la comunidad sonidera – tanto en México como sus compatriotas en Estados Unidos – estaban más conectados por los avances en las redes que cualquier otra comunidad.
“Cuando los otros apenas y se comenzaban a familiarizar con Facebook, los sonideros ya tenían sus plataformas autónomas, sus radios, sus comunidades, sus chat rooms, todo,” dijo Delgado.
Para principios a mediados de los años dosmiles, los sonideros contaban con sitios web y canales donde se transmitían grabaciones de bailes. El sonidero se convirtió en un pionero de ampliar su influencia y su celebridad a través de las redes, cruzando fronteras.
Este boom transnacional – en vivo y en URL – coincidió con una época de oro en el movimiento sonidero, lo que le llaman “la gran gira''. Por varios años, los sonideros en México viajaban libremente a Estados Unidos, programando bailes utilizando una red de promotores locales. Asimismo, los promotores en Nueva York introducían a sonidos locales al hacerlos partícipes de estos eventos. Esta red comunitaria y la pequeña economía que surgió a la par nutrió a toda una generación.
Al comienzo de su carrera como sonidero en el 2012, Richard Rojas – quien fue bautizado como Sonido Fantasma USA por el Fantasma original – había comenzado a notar una separación generacional en los bailes.
En la misma época, en México, el mismo movimiento se comenzó a fragmentar. El disparo del crimen organizado y la violencia causada por la guerra contra el narcotráfico perjudicó a comunidades enteras. Gobiernos locales, tales como el de la Ciudad de México, comenzaron a usurpar calles – los foros en los que operaban los sonideros. Cada vez, era más difícil obtener visas para viajar y tocar en el extranjero.
“Ha habido una crisis muy, muy profunda dado a dos cosas: ni podían ir a los Estados Unidos, ni podían tocar en México,” comentó Delgado. “Ha habido una depresión muy profunda en los últimos diez años en el movimiento.”
En Nueva York esta depresión también reverberaba entre sonideros. Notando la ausencia de un eje que sostuviera a las generaciones de mexicanos en Nueva York y que atrajera a la nueva generación de migrantes en la ciudad, muchos de ellos centroamericanos, Rojas comenzó a introducir nuevos elementos a sus bailes. Entre ellos, DJs, saludos en inglés, y nuevos ritmos y géneros.
Desde entonces, Rojas ha visto la red sonidera Estadounidense expandirse como nunca. Últimamente, Rojas ha estado presentándose en el Midwest y en México, a través de promotores o individuos particulares que lo contactan a través de Facebook.
“Yo creo que ha sido algo bueno y bonito porque ha evolucionado lo que es el ambiente sonidero en Nueva York… ya las dos generaciones están mezcladas y hay más ambiente,” dijo Rojas.
“Obviamente a la juventud les gusta lo que está de moda,” dijo Avilés de Sonido Kumbala, “pero su cuna siempre es el sonidero.”
Pero siguen habiendo desafíos en el movimiento, algunos ligados a fragmentaciones desde adentro, tanto como a presiones externas.
“Nunca falta un tonto que venga a dañar una fiesta,” me contó David Huerta, el hombre detrás de Sonido Caluda, “El Pesado de Nueva York,” acerca de su última fiesta de aniversario en el 2019, cuya fue interrumpida por alguna pandilla. Éstas han sido emblemáticas de los bailes en Nueva York y su presencia es a veces más maligna que otras.
Huerta es uno de los sonideros que Lahiri menciona en su artículo. En él, Huerta es descrito como un sonidero popular, con estilo jocoso, que a sus 24 años lo invitaban a presentarse por toda la ciudad. Caluda siempre se ha apoyado en su sentido del humor, burlón, para crear un ambiente particular en los bailes. “Es como si sintieran que están en México,” dice Huerta en el artículo.
Hoy en día, Huerta está por celebrar su 27 aniversario como sonidero – una carrera que lo ha llevado a presentarse a bailes, eventos e incluso bautizos, quinceaños y bodas celebrando a la misma persona. Sin embargo, casi 30 años en el mundo del sonido tiene sus desafíos. No solamente es el lidiar con una pandilla u otra, si no el constante ajetreo del oficio, el ámbito de las fiestas que te atrapa en las garras del alcohol y las noches que acaban por la mañana.
"Tengo tantas cosas que quiero hacer … y no hago nada'', lamenta Huerta, con una sonrisa siniestra.
Huerta no ha dado suficiente crédito a lo que ha hecho dentro del movimiento sonidero. En el 2019 fue protagonista de un documental de Vice en Español acerca del movimiento en Nueva York. Ese mismo año, él y otras figuras prominentes, organizaron la primera Expo Sonidera en Harlem – un esfuerzo hecho en colaboración con el East Harlem Culture Collective.
Este proyecto archivista del movimiento sonidero y las presentaciones que lo acompañan han inyectado al movimiento con una nueva vida. Después de dos años en los que la actividad sonidera se suspendió dado a la pandemia, la Expo Sonidera regresó este año en el Bronx. Cincuenta sonideros, cientos de espectadores, y decenas de coleccionistas y promotores se juntaron para beber cubetazos de cervezas, participar en rifas, y bailar desde el mediodía hasta las cuatro de la mañana.
Mezclados entre la nostalgia y la memorabilia, un aire novedoso permea el evento. Loren Cielito, conocida como “Sonido Tipsy” fue la única mujer sonidera que se presentó esa noche. La Tipsy es una de la nueva generación de mujeres sonideras en Estados Unidos que están rompiendo con estereotipos dentro del movimiento. En México, muchas mujeres sonideras forman parte de un colectivo llamado “Musas Sonideras,” liderado por Mariana Delgado.
También presente en el evento estaba el mismísimo Hijo de PueblaYork, absorbiendo la cultura sonidera, como aficionado y aprendiz, cerveza, tras cerveza, entre cumbia y un mix sorpresa de italodisco, horas tras horas.
Meses después, Hello Tones llegó a la Plaza Tonatiuh en Sunset Park, armado con la inspiración para tocar un set que él luego caracterizaría como “inolvidable.”
Su familia y amigos, vistiendo pantalones anchos, lentes de diseñador, y chaquetas holgadas, formaban una hebilla a su alrededor. Entre ellos, su primo, Steven, portaba una chamarra con el logo del original Sonido Fantasma, fundado por el poblano Paulo César Juárez hace cuatro décadas.
Al costado de la pista, una pareja transmitía el evento en vivo para su cuenta de Facebook llamada “La Chiquita Sonidera,” una de las muchas plataformas dentro de las redes sociales que documentan los bailes para audiencias en México y Nueva York. Equipado con una cámara análoga, un joven videógrafo y cineasta filma el baile – una serie de viñetas que acabarían siendo compartidas en KumbiaNet, una lugar inédito en la web descrito como un “ciberespacio Kumbiero, en donde la pista de baile se jaquea para cualquier bailador, lugar donde resuenan los sintetizadores más alucinados, las congas más infernales, los güiros más rasposos y las Cumbias más arrabaleras.”
Tony, un hombre mexicano-americano, nativo del Bronx, había logrado lo que hubiese sido imposible hacer hace décadas: reunir a decenas de jóvenes y adultos, fuera y dentro de la comunidad sonidera para bailar cumbia un domingo por la noche. Por años, los bailes sonideros en Nueva York eran confinados a salones de baile, fuera de los ojos de las autoridades que estaban en busca de mexicanos sin documentos. Pero hoy en día, hasta Hua Hsu, el columnista de la revista New Yorker, reconoce el mix de Turbo Sonidero como una de las mejores cosas que escuchó en el año.
Esa noche, tanto baile como el gozo fueron públicos, al aire libre, como siempre debió haber sido.
Una canción se desvanecía en otra. A unos metros de la pista, dos mujeres rusas capturaban a su perro disfrazado de gato – en otra dimensión de la ciudad era Halloween. A su derecha, un grupo de personas mayores practicaban tai chi. Las voces sonoras de los sonideros de antaño se escuchaban como suspiro a la distancia. Los bailarines, suspendidos en la cúspide del parque y rodeados por un hilo de luces, parecían sombras enmarcadas por el resto de la ciudad.